Latinoamérica más preocupada por China que por la Eurozona

Un administrador de fondos brasileño hizo un gesto de fastidio.  Más que nada, hastiado del llamativo consumo de los nuevos ricos de Brasil. En una reciente fiesta de casamiento en las afueras de San Pablo, él fue uno de los pocos invitados que llegó en auto; el resto lo había hecho en helicóptero.

“Todo está relacionado con las materias primas”, aseguró. “Sin China, nada de esto estaría sucediendo”.

El ejecutivo apenas exageraba. Gran parte de la prosperidad de América del Sur de la última década se debe al boom de los precios de los commodities generado por China.

En Bogotá, Brasilia y Buenos Aires, la crisis de deuda de la eurozona es apenas “un número secundario del show”. El total de préstamos europeos equivalen a cerca del 15% del Producto Bruto Interno (PBI) latinoamericano, un nivel significativo pero manejable.

Europa mientras tanto representa sólo 11% del comercio de la región. Si los funcionarios brasileños ocasionalmente reprenden a sus pares de la eurozona por las políticas que se toman en esa región es porque pueden darse el lujo de hacerlo.

El show que importa es China y no la eurozona. En realidad, el crecimiento chino impacta igual o más en las economías sudamericanas que en todo el resto del mundo, calcula JPMorgan, el banco de inversión. Es por eso que para Sudamérica el mayor problema surgiría de una desaceleración de la economía china, y no de un derrumbe de la eurozona.

Los efectos son potencialmente serios. Si China crece menos, caerán los precios de las materias primas, que representan la mitad de las exportaciones latinoamericanas. Los déficits de la cuenta corriente se ampliarán. La política fiscal también tendrá que ajustarse: los ingresos relacionados con los commodities representan una cuarta parte del presupuesto de Chile y México.

Los sustanciales flujos financieros chinos que ingresan a la región también se verían afectados. La inversión extranjera directa en América del Sur ya es superior a la de Estados Unidos y Europa juntas. Las compañías estatales chinas también otorgaron préstamos multimillonarios en dólares a países como Venezuela y Ecuador, que tienen problemas para acceder a los mercados financieros.

Si desapareciera esta generosidad, sin duda se terminarían algunas de las extravagancias sudamericanas de los últimos años, como la proyección panamericana que hizo el presidente Hugo Chavez de su “revolución bolivariana”. Y, en términos más generales, la inversión extranjera ya no llegará tan fácilmente al sector de recursos naturales. Por el contrario, dependerá de las reformas estructurales y de la solidez de las instituciones y gobiernos.

Por lo tanto, una desaceleración provocada por China separaría el “trigo” de los reformistas más dinámicos de Sudamérica (lo que significaría Brasil, Chile, Colombia y Perú) de la “paja” de sus rezagados heterodoxos (Argentina, Venezuela y Ecuador). También revelaría qué proporción del reciente desempeño de Sudamérica se debe a sus propios esfuerzos y qué, por lo tanto, podría mantenerse.

Algunos de los cambios de los últimos 20 años han sido estructurales, y por lo tanto probablemente sean permanentes. La democracia y la estabilidad macroeconómica también están arraigadas en gran parte de la región: mantener la baja inflación ya no es la única preocupación de los fríos tecnócratas sino una meta que le hace ganar votos a los políticos. Disminuyó la desigualdad, lo que es alentador.

“Estamos más pendientes de lo que sucede en Asia, que en Europa,” aseguró Frank de Lima, ministro de Economía de Panamá. El hastiado administrador de fondos brasileño coincidiría con esa visión.

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